Mariplatónica desde 1996 y antes

He conseguido ser de muchos pocos como decían mi padre y mi abuela

sábado, 24 de enero de 2015

Un poco de fiebre


Un sábado por la tarde de invierno de hace muchos años me encontraba en la cama con fiebre por la gripe. No me solía dar fiebre alta, pero esa vez la cogí fuerte.
Todos mis amigos estaban en la calle, por los bares, donde fuera, y yo allí, en la cama, perdiéndome lo que quiera que estuvieran haciendo.

Recuerdo que no estaba en mi habitación porque en mi habitación no había tele, y para no aburrirme, me fui a otra habitación donde había una pequeña tele casi desechada en blanco y negro. Pues bien, me zampé lo que ponían.
Y en ésas, comencé a ver una película de John Travolta, con lo “hortera” que era y lo mal que quedaba ver una película de él, y que encima te gustara. Pero ya no es que aquella película me estuviera gustando, es que me estaba transformando. Si, conforme iba avanzando yo me iba diciendo “pero qué película más extraña y más buena, pero qué película más especial, ¿qué es lo que estoy viendo?”. Y aquello iba en serio, la película no eran ninguna tontería, no era Grease, no era una película rosa, nada de eso, era una película muy profunda que te iba envolviendo (al menos a mí), atrapando... envolviendo mucho. Bailaban, sí, y el baile era un protagonista muy extraño, pero alrededor del baile había una atmósfera, cómo decirlo, gris y real que te abría los ojos. Y sin embargo, había también luz en todo aquello. Era triste, muy triste, pero transmitía una especie de serenidad y de vitalidad a su manera.
Me afectó.
Y yo me decía: “¿estaré afectada por la fiebre o es que esta película es así de rara?”
Todavía no lo sé bien. Creo que fueron las dos cosas pero más lo segundo, desde luego, aunque sin esas circunstancias anormales aquello no hubiera sido lo mismo, así que aquella gripe estuvo bien.
 
Desde entonces adoro a John Travolta y siento por él un respeto reverencial.