Mariplatónica desde 1996 y antes

He conseguido ser de muchos pocos como decían mi padre y mi abuela

sábado, 21 de enero de 2017

Tarde rusa de sábado de invierno




Un día de no hace mucho tiempo me desperté y era de esas veces que al despertar no hay separación entre la vigilia y el sueño, que estás ahí en terreno de nadie, o quizá mejor dicho, en un terreno especial, tal era el impacto que lo que soñe había causado en mí.

Lo que soñé no lo recuerdo bien, sólo sé que estaba en un lugar iluminado agradablemente. Era como un museo, la sala de algún palacio, un lugar oficial, no sé, y allí estaba yo, no sé lo que hacía, quiza andaba de visita recorriéndolo y todo eso. Y la estancia era bonita, grande, amplia, con techos altos, más o menos grandiosa, con objetos interesantes, bien, el conjunto estaba muy bien; entonces mis ojos encontraron un objeto maravilloso, con un diseño alucinante, de una belleza que no había visto nunca en ningún objeto fabricado, ni en la realidad ni en los sueños: era una lámpara, una lámpara rusa ¿? Sí, una lámpara rusa: “Pero y esto...¿cómo puede ser?" sentí exclamar en mi sueño absolutamente admirada.

No puedo describirla, ni siquiera cuando me desperté. Era de cristal, dejaba pasar la luz a su través y la reflejaba de una forma embriagadora y suave, como si la trasparentara: era etérea, de un diseño inconcebiblemente perfecto, fabuloso, de ella emanaba algo en estado puro y yo me preguntaba cómo había podido alguien concebir aquello y plasmarlo así. Y seguía anonadada sin poder quitar los ojos de aquel objeto y me desperté de la impresión. De inmediato me llené de alegría de por haberlo hecho y poder retener todavía algo de aquel objeto, y estuvo bien porque así pude guardarlo en la memoria. ¿De dónde sacó mi cabeza aquello? fue la siguiente pregunta ya más espabilada. No lo comprendía. Me sentí afortunada.

¡Cuántas veces he pensado cómo me gustaría  poder transmitir esa imagen, algo así como poder proyectarla en el aire, una especie de impresora 3D conectada con el cerebro a voluntad estaría bien.

¡Ay!



                                     Kapustin, Intermezzo, por Elizaveta Frolova



                                                                Vasil Peshkun, Tenderness