Hace un par de
sábados por fin quedamos después de un año sin vernos.
Ninguna y yo nos
solemos ver los sábados por la mañana, ya muy avanzada ésta.
Siempre llega tarde alguna, unas veces le toca a ella y otras me toca
a mí.
Una coca-cola, una
cerveza y unas aceitunas, siempre en terraza y buscando el sol. Eso
si no nos da por ir a ver trapos:
- Te he cogido esto, he pensado que te va...
Y llegan los
regalos, normalmente las dos tenemos regalos que vamos acumulando de
un sitio o del otro o lo que sea.
Esta vez me inundó
de regalos, todos preciosos, todos envueltos con primor. Esto es así
desde los nueve años, que me acuerdo que me trajo un muñequito
monísimo con pantalón de peto de cuadros escoceses de su primera
estancia solita en el extranjero.
Me encanta ponerme
las cosas que me trae; me las pongo tanto que las pierdo en el
autobús cuando me maquillo y me arreglo al amanecer camino del
trabajo. Nunca las develven. Algunas son tan especiales que las
tengo grabadas en la memoria, no sé quién las llevará. Los
pintalabios me los trae de Holanda, que me gustaron mucho los de una
tienda de allí.
Y luego al
supermercado. Como es muy grande, ella desaparece por un lado y yo
por el otro, no hay líos (que también tienen su gracia) pero no,
no sé cómo lo hacemos, pero aquí no hay líos.
Recuerdo una de
tantas mañanas de sábado, era una primavera, ya casi verano, de los
primeros
2000; lo estoy viendo casi como si fuera ayer, comentábamos
esto y lo otro y salió a la conversación un disco de Bryan Ferry:
- ¿Te gusta?
- Me encanta.
- Me alegro un montón...
- ¿Y cuál es la canción que más te gusta?
- Umm...
Unos segundos
después las dos exclamamos al unísono el título de la misma
canción. Y nos reímos complacidas.
Bueno, espero no
tardar un año en volver a verla y así se lo dije; nos despedimos
con nuestros dos besos y empezamos a caminar cada una en su
dirección, y nos separaban ya bastantes metros cuando ella exclamó
una frase. Me quedé atónita, no me podía haber dicho nada mejor.
Y es que ni la
mejor pastilla del mundo.