Mariplatónica desde 1996 y antes

He conseguido ser de muchos pocos como decían mi padre y mi abuela

sábado, 23 de enero de 2016

Caldo alcalde

Hace un par de sábados por fin quedamos después de un año sin vernos.

Ninguna y yo nos solemos ver los sábados por la mañana, ya muy avanzada ésta. Siempre llega tarde alguna, unas veces le toca a ella y otras me toca a mí.

Una coca-cola, una cerveza y unas aceitunas, siempre en terraza y buscando el sol. Eso si no nos da por ir a ver trapos:

  • Te he cogido esto, he pensado que te va...

Y llegan los regalos, normalmente las dos tenemos regalos que vamos acumulando de un sitio o del otro o lo que sea.
Esta vez me inundó de regalos, todos preciosos, todos envueltos con primor. Esto es así desde los nueve años, que me acuerdo que me trajo un muñequito monísimo con pantalón de peto de cuadros escoceses de su primera estancia solita en el extranjero.

Me encanta ponerme las cosas que me trae; me las pongo tanto que las pierdo en el autobús cuando me maquillo y me arreglo al amanecer camino del trabajo. Nunca las develven. Algunas son tan especiales que las tengo grabadas en la memoria, no sé quién las llevará. Los pintalabios me los trae de Holanda, que me gustaron mucho los de una tienda de allí.

Y luego al supermercado. Como es muy grande, ella desaparece por un lado y yo por el otro, no hay líos (que también tienen su gracia) pero no, no sé cómo lo hacemos, pero aquí no hay líos.


                                      

Recuerdo una de tantas mañanas de sábado, era una primavera, ya casi verano,  de los primeros
2000; lo estoy viendo casi como si fuera ayer, comentábamos esto y lo otro y salió a la conversación un disco de Bryan Ferry:

  • ¿Te gusta?
  • Me encanta.
  • Me alegro un montón...
  • ¿Y cuál es la canción que más te gusta?
  • Umm...

Unos segundos después las dos exclamamos al unísono el título de la misma canción. Y nos reímos complacidas.




Bueno, espero no tardar un año en volver a verla y así se lo dije; nos despedimos con nuestros dos besos y empezamos a caminar cada una en su dirección, y nos separaban ya bastantes metros cuando ella exclamó una frase. Me quedé atónita, no me podía haber dicho nada mejor.

Y es que ni la mejor pastilla del mundo.




Me voy al súper, ella no está, estrenaré unos pendientes y una pulsera.