Todo el mundo que abrazas
se lleva una parte de ti;
todo el mundo que conoces
todo el mundo que conoces
replica la imgen de la arcilla
humana
y todo el mundo se está riendo
el chiste va de boca a boca y desaparece.
Todo el mundo que abrazas
y todo el mundo se está riendo
el chiste va de boca a boca y desaparece.
Todo el mundo que abrazas
te deja algo de sí mismo;
a cada uno que le cuentas
a cada uno que le cuentas
esparce tu secreto en la estantería
del almacén
y todo el mundo lo compra
porque todos están en la compra-venta.
Cuando cada dulce abrazo se ha desvanecido
las voces se sumergen, las caras se atenúan y la memoria se disipa
y aún así permaneces en cada uno que abrazas.
Todo el mundo que abrazas,
y todo el mundo lo compra
porque todos están en la compra-venta.
Cuando cada dulce abrazo se ha desvanecido
las voces se sumergen, las caras se atenúan y la memoria se disipa
y aún así permaneces en cada uno que abrazas.
Todo el mundo que abrazas,
no, nunca dejan de estar a tu
lado;
todo el mundo sabe
todo el mundo sabe
que hay secretos que no podemos
esperar ocultar.
Si todos están contigo
entonces nunca podrás estar solo del todo
y todos te perdonan
entonces nunca podrás estar solo del todo
y todos te perdonan
susurros acumulados, murallas
chinas.
Ahora todos los que conociste
a través de cuyas sonrisas miraste
hacen señales en la distancia:
Ahora todos los que conociste
a través de cuyas sonrisas miraste
hacen señales en la distancia:
flaqueamos, es verdad...
Pero aún permaneces en cada uno que abrazas.
Pero aún permaneces en cada uno que abrazas.
Cada uno que abrazas,
cada uno que abrazas,
cada uno al que le contaste
lo sabe.
Estas
semanas han sido a
lo Peter Hammill.
Hace muy pocos años lo vi en un concierto.
Cantaba y tocaba el piano o la guitarra con toda su alma. No es un
autor fácil, al menos así me lo parece, es oscuro pero también
luminoso, mucho las dos cosas. Lo que allí presenciábamos es muy
difícil de contar: un trance emocional y espiritual muy intenso, muy
profundo y muy liberador. Aquel hombre, músico y poeta, al
comunicarse y mostrarse así con nosotros nos regaló unos momentos
completamente humanos, catárticos y sobrecogedores, momentos verdaderos.
Recuerdo
una tarde de invierno de la adolescencia en la que un amigo me dijo:
“me voy a mi casa a escuchar a Simon y Garfunkel que tengo que
ordenarme la ideas”.
Algo
así me pasa a mí con Peter Hammill: no son las ideas lo que pone en
su sitio, es todo.
Menos
mal porque es mucho mejor -¡qué digo! infininitamente mejor- que
cualquier sustancia aunque él, entre canción y canción, se tomaba
su copita de vino.